Por Mariana Vazquez
Trabajar sobre el concepto de pulsión es trabajar sobre un nudo teórico, que se hace evidente en la clínica.
Los fenómenos de desligadura comprenden un amplio campo de perturbaciones que presentan dificultades particulares para su abordaje: sujetos que llegan en posición de objeto, con dificultades en la demanda de tratamiento así como en el establecimiento de la transferencia y que, por estas razones, son ubicados en los límites de lo analizable.
Llegan a consulta con intensas angustias, actuaciones, intentos de suicidio, compulsiones diversas alrededor de la alimentación, el dinero, la sexualidad, el juego, alcohol y drogas, estallidos de impulsividad, irritabilidad, accidentes a repetición. Estos fenómenos no responden invariablemente a la misma lógica de funcionamiento psíquico aunque los asemeja lo que insiste, la gravedad del cuadro y la dificultad en su entrada a un dispositivo analítico. En este sentido, la presencia de la pulsión desligada constituiría su característica central.
Cada época propone, desde la cultura, un paradigma de salud, o mejor dicho, un paradigma de lo que se considera un sujeto “sano” en tanto posee características sintónicas a los ideales predominantes.
Los ideales actuales promueven la abolición de todo conflicto en aras de los beneficios de la liviandad que permitiría alcanzar el éxito y la eficacia, el sujeto posmoderno “sano” tendría como características esenciales el ser pragmático y veloz, como consecuencia de encontrarse poco sujetado a lazos y limitaciones de cualquier orden, autorizado a jerarquizar su propio interés, incluso en detrimento de los semejantes, aún si eso implica bordear situaciones de transgresión en pos de someterse al mandato de la cultura actual que reza: gozarás.
Porque bajo la apariencia de una mayor amplitud de lo deseante es el imperativo de gozar el que se hace oír.
No siempre se trata, de personas con un gran despliegue de actuaciones sino, por el contrario de sujetos en los cuales no aparece ninguna pregunta que interpele las causas de su malestar o, si lo hace, no lo involucra a él en las razones de su sufrimiento.
Sujetos que no pueden disponer de los recursos que el significante ofrece, en especial el síntoma. Problemáticas que han sido denominadas “de borde”, precisamente para dar cuenta de aquellas presentaciones que no son estrictamente del orden del síntoma en tanto se ubican por fuera de las producciones del Inconsciente.
Entendemos que la pulsión es efecto de la posición sexualizante del otro. Ese otro, función materna posee un inconciente que sexualiza pero al mismo tiempo tiene un yo que narcisiza. En el Proyecto, Freud llamó a esta posibilidad “Vías colaterales de investimiento”
El analista actúa en tiempos donde el circuito pulsional se presenta cada vez más acortado, cada vez más lejos del inconsciente y más cerca de una satisfacción inmediata de los cuerpos. El objeto a, en franca crisis en su función de causa de deseo, asciende al cénit social en su exigencia de goce.
La pulsión ligada podrá regularse en los términos en los que se regula el deseo, encontrando modos de rodear al objeto, deslizándose en la cadena significante. En el caso de la pulsión desligada, el camino es directo.
En este sentido la pulsión de muerte y el goce están íntimamente unidos entre sí, lo cual remite a la idea expuesta en este trabajo respecto de la posibilidad de pensar las presentaciones psicopatológicas que están en el borde de la neurosis como fenómenos de desligadura.
En Tyche y Automathon, Lacan señala que el análisis está orientado hacia “el hueso de lo real” Allí mismo dirá que la tarea del analista será la “detectar el lugar de lo real, que va del trauma al fantasma, en tanto que el fantasma nunca es sino la pantalla que disimula algo absolutamente primero, determinante en la función de la repetición”. De este modo, da cuenta de la primariedad de la pulsión de muerte ya que la expresión de que lo real “va del trauma al fantasma” implica que aquello inscripto en el psiquismo como pulsión desligada ha seguido los caminos de la fantasmatización, es decir: ligadura.
En los fenómenos de desligadura este recubrimiento fantasmático está ausente. Podemos ubicarlos como producto de fallas en los procesos de ligadura en los tiempos precursores de la constitución yoica.
Es el juicio del Otro, en los primeros tiempos de vida, que interpreta lo que el niño ha dicho y le supone una significación respecto de la vivencia, es el elemento fundamental que debe añadirse al tiempo de la pérdida y renuncia, para que la elaboración psíquica de lo traumático se efectúe y se constituya allí un auténtico fortda en el sentido de una repetición que conlleve procesamiento y ligadura.
De lo contrario, la repetición podrá producirse en el vacío, incesantemente, como intento de ligadura pero siempre fallido.
Si lo desligado opera en el psiquismo al modo de lo traumático no tendrá posibilidad de caer bajo los efectos de la represión, es decir que no podrá retornar como formación del Inconsciente, su destino será el retorno insistente bajo otros modos: el de los fenómenos de desligadura.
Si el Otro de los orígenes no ha instaurado la dimensión de la escucha que convalida la repetición como intento de significación, difícilmente pueda constituirse una demanda de análisis dirigida a un Sujeto Supuesto Saber. De este modo, la tarea requerirá singulares modos de intervención en pos de que el malestar emergente tome la dirección del síntoma.
Viñeta Clínica:
Una paciente adulta llega a la consulta a partir de un accidente sufrido en el trabajo y como condición para la continuidad laboral. Consume mucho alcohol y pastillas para dormir. No se muestra angustiada con lo que le pasa, sólo le preocupa “no pasarse de vuelta”. Cuenta una serie de hechos que para cualquiera resultarían dolorosos, sin expresar el menor afecto, como quien enumera un listado de sucesos: enviudó hace seis años, tiene tres hijas, con dos de ellas no tiene trato ya que se cansaron de verla mal y no hacer nada y con la otra el trato es malo, pelean todo el tiempo ya que le insiste para que deje de consumir .
Nada de esto parece suscitarle algún afecto. Solo le preocupa que algún día “se le vaya la mano”.
El trabajo que se intenta con la paciente tiende a que se implique en lo que le pasa, que pueda significar qué afectos le provoca eso que relata, ya que habla como si le pasara a otro. Las intervenciones apuntan a ello.
Muchas veces falta a sesión, ante lo cual he tenido que llamarla por teléfono, algunas veces responde y acude a la sesión diciendo: “el llamado me despertó, si no no vengo porque sigo en la cama durmiendo”.
Es de esta manera dificultosa que se va instalando un lazo transferencial, a fuerza de que la paciente puede constatar en lo real que la analista la está esperando. Un día comienza a hablar de su historia, de la cual, generalmente, eludía cualquier mención y dice: “nunca le conté que mi madre era esquizofrénica”. Y a continuación, un recuerdo: “ella se quedaba horas y horas mirando la nada, como perdida (…) y yo, cada tanto, le tomaba el rostro y lo giraba hacia el mío (…) creo que buscaba que me mirara”. Mientras relata esto aparece, por primera vez, la angustia. A partir de allí comienza la posibilidad de historizar y armar un entramado simbólico-representacional respecto de sus vivencias de desamparo.
Como puede verse, no se trata aún de interpretaciones sino de otro tipo de intervenciones que permitan la entrada en el dispositivo analítico.
Pero ocurre que estos pacientes parecen buscar una y otra vez la pura repetición de su historia, la confirmación de que no tienen un lugar en el Otro. Esto opera como un designio funesto que puede ser confirmado por el analista cuando desde algún lugar se decreta que un sujeto es inanalizable por no disponer de esta posibilidad de transferencia.
La compulsión a la repetición vinculada a la pulsión de muerte que aparece bajo las diversas formas que presentan los fenómenos de desligadura, demandan del analista un trabajo de ligadura, de investidura, que debe montarse sobre la estructura de un tejido psíquico con huellas coaguladas que carecen de sentido.
Respecto de las intervenciones conviene recordar que, al no tratarse de fenómenos secundariamente reprimidos, la interpretación resulta absolutamente ineficaz. Se requerirán, entonces, otro tipo de intervenciones, S. Bleichmar las ha llamado “simbolizaciones de transición” a esas intervenciones que sirven como puente simbólico en aquellas zonas del psiquismo en las cuales el vacío de ligazones psíquicas deja al sujeto librado a la angustia intensa o a la compulsión.
Su sentido es posibilitar un nexo para la captura de los restos de lo real inscripto que insiste sin ligadura. Antes de interpretarlo hay que reconocerlo como resto de lo real vivido, significarlo y ensamblarlo respecto del objeto originario en el marco de la relación de transferencia.
Un analista debe poder ingeniárselas para “amparar” a un sujeto, aun cuando haya sido desamparado por el Otro y un buen punto de partida será la puesta en juego del deseo del analista en lo real de la transferencia.